Pocos padres admitirán que tratan a sus hijos de forma diferente, pero es probable que al educarlos de la misma manera, obtengan como resultado la desigualdad. Como el arranque de Ana Karénina, de León Tolstoi ("Todas las familias felices se parecen, sólo las infelices lo son cada una a su modo"), la educación y la crianza de los hijos tiene mucho que ver con las singularidades: las que uno trae de serie, las de la forja de la personalidad y las que, según algunas investigaciones científicas, se desprenden del orden que los hermanos ocupan en la familia. Es la denominada Birth order theory, teoría del orden de nacimiento.Aunque se remonta a finales del siglo XIX -la formuló Francis Galton, primo de Darwin, en 1874-, dicha teoría acaba de recibir el espaldarazo de un estudio de la Universidad de Oslo y el Instituto de Salud Ocupacional de la capital noruega, que, en colaboración con el servicio médico del Ejército de ese país, analizaron los niveles de inteligencia de cerca de 250.000 reclutas de 18 y 19 años. Las conclusiones, publicadas por la revista Science, no dejaban lugar a dudas: el primogénito tiene un cociente intelectual (CI) 2,3 puntos por encima del segundo, y éste aventaja en 1,1 puntos al tercero. El CI de los primeros es también mayor que el de los hijos únicos. Pero la máxima nota se aplica asimismo en los casos de segundos y sucesivos hermanos que hayan sido educados como primogénitos por muerte o ausencia de éstos.Pero la teoría del orden de nacimiento, desarrollada con éxito dispar por una legión de psicólogos desde Alfred Adler, discípulo de Freud, en 1920, no se queda en el cociente intelectual. Según sea uno primogénito, hijo mediano o pequeño -el hijo único mezcla rasgos de los extremos-, así será su carácter. A grandes rasgos, en el reparto el primero se lleva el conservadurismo, el respeto a las expectativas y los valores paternos y el perfeccionismo. El mediano, en terreno de nadie, tarda en decidir qué quiere hacer con su vida -frente al mayor, que la encarrila muy pronto- y desarrolla más relaciones con iguales que jerárquicas. El benjamín, por su parte, es la bohemia y el riesgo; divertido y encantador, puede ser también más débil que los otros. Un ejemplo notorio: los tres hermanos Grimaldi, príncipes de Mónaco. Entre la regia perfección de la mayor, Carolina, y la bohemia liberal y circense de Estefanía, la menor, se halla el caso del príncipe Alberto, con una opción de vida personal distinta a la de sus hermanas.La elección de este ejemplo no es una concesión rosa. Podría servir también el de los príncipes de Inglaterra, Carlos, Andrés y Eduardo, que reproducen parecidos patrones. O los Kennedy, desde el presidente John al senador Edward. La historia es un filón de ejemplos que ratifican el citado reparto de actitudes y aptitudes: más de la mitad de los presidentes de Estados Unidos han sido primogénitos; también eran los mayores, o hijos únicos, veintiuno de los 23 primeros astronautas estadounidenses."El orden de nacimiento no es determinante en ningún caso, pero sí tiene importancia -señala Victoria del Barrio, profesora de Psicología de la Personalidad de la UNED-. Suele decirse que el hijo mayor es el más adulto de todos, el receptor de valores paternos. Pero con el nacimiento de nuevos hijos, la dedicación y el entusiasmo que los padres ponían en él va mermando; otros niños, sobre todo si son muy seguidos, reclaman su atención. Así, a medida que nacen más vástagos, se debilita la educación parental, que es jerárquica, a favor de una dinámica horizontal, entre iguales, los hermanos", explica. En virtud de la atención dedicada -máxima al primero; más escasa al último, ese que según el dicho popular "se cría solo"-, Del Barrio detalla la existencia del síndrome del primer hijo, o hijo adulto, "más apegado a los padres"; el síndrome del mimado (el menor, "que tiene bula y al que se considera pequeño durante más tiempo") y el síndrome del hijo mediano, "o patito feo, el que más facilidad tiene para desarrollar emociones negativas, pero también el más sociable de todos", según esta profesora.Del Barrio recuerda que si hubiera que sacar una conclusión al respecto, sería la de que "es imposible, y sería una entelequia, educar a todos de la misma manera. Cada niño es un hardware distinto. La educación tiene que ser un traje a medida".Carolina, madre de cuatro hijos con edades comprendidas entre los 9 y los 3 años, cree que en su caso la teoría se cumple a rajatabla. "Mariana, la mayor, es la más responsable con diferencia. Da la mano a sus hermanos al cruzar la calle, no se desmarca nunca, saca unas notas estupendas y todo lo hace bien, piano y deportes incluidos. Blanca (6 años) va por libre. Es la rebelde de la familia, líder en su clase y con un montón de amigos, aunque en casa va a su bola, es egoísta y orgullosa, pero también una encantadora de serpientes. Carolina (5) es supersandwich: buena, lista, perseverante, hace las cosas a conciencia. En casa lo comparte todo, pero en el colegio agarra una pelota y no la suelta. El pequeño, Luis, es el más mimado y también el más cariñoso, pero ya defiende su territorio frente a sus hermanas", explica la madre.El que pasa por ser la mayor autoridad mundial en la materia, el profesor Frank J. Sulloway, del Instituto de Investigación Social y de la Personalidad de la Universidad de Berkeley (California, EE UU), atribuye estas y otras diferencias entre hermanos al hecho de "maximizar la atención de los padres a través de diferentes estrategias con el fin de reafirmar la propia identidad", cuenta por correo electrónico desde Berkeley. Para María José Díaz-Aguado, catedrática de Psicología de la Educación de la Complutense, las singularidades se deben también "al reparto de papeles: todos los hijos podrían ser estudiosos, o simpáticos, pero no, hay tendencia a repartir roles de forma excluyente. El hecho de que un hermano destaque en algo, por ejemplo en los estudios, lleva a los restantes a excluir esa característica. Es como si cada hermano tuviera que encontrar un sitio: tras un hermano muy estudioso, el siguiente puede ser muy deportista, por ejemplo".Sulloway se arroga la patente de la teoría: "Este campo no alcanzó un estatus científico hasta mediados del siglo pasado, cuando los investigadores empezaron a aplicar métodos estadísticos formales. Quiero pensar que mi libro Born to Rebel (Nacido para rebelarse), de 1996, ha tenido algo que ver en el desarrollo de la teoría". ¿Por qué? "Porque la contextualiza en un marco darwinista muy comprensible".Esta nueva perspectiva teórica de Sulloway ha contribuido a reavivar el interés por la interacción de los hermanos en el seno de la familia. "En líneas generales, los hermanos compiten por el favor de los padres, y son sus diferentes estrategias, basadas a su vez en diferencias de edad, tamaño, poder y estatus, las que conducen a diferencias de personalidad", dice Sulloway. ¿Pese a ser criados y educados en la misma casa? "El entorno explica al menos el 50% de las variaciones en la personalidad, como sabemos gracias a los estudios en genética del comportamiento, así que también influye bastante en el desarrollo de las diferencias. El orden de nacimiento conforma la personalidad y el comportamiento mediante mecanismos biológicos, psicológicos, sociales y antropológicos", concluye.Con respecto a la inteligencia privilegiada del primer hijo, la explicación parece clara: es su cercanía a los padres y adultos, tanto como su papel de tutor o guía de los siguientes hermanos, "lo que cognitivamente le supone una mayor oportunidad de desarrollo. El CI del primogénito o el hijo único -un poco más elevado el del primero-, el mayor desarrollo de su lenguaje, se explican por la mayor atención recibida", afirma la catedrática Díaz-Aguado, para quien esta teoría se sustenta en dos pilares: la cantidad y la calidad de la dedicación parental y el reparto de papeles entre hermanos.CI al margen, no todo son ventajas, porque los primogénitos también tienen su cruz: "Sus expectativas son muy elevadas, así que les va a costar asumir fracasos", apunta Díaz-Aguado. Es decir, habituado al liderazgo, al manejo de papeles asimétricos, verticales, puede naufragar cuando las reglas del juego se imponen entre pares. "El segundo hijo y los sucesivos suelen pasar más tiempo con niños", añade Díaz-Aguado.Algo debe de tener la primogenitura cuando Esaú se la vendió a Jacob por un plato de lentejas. O cuando algunos corpus jurídicos, como el derecho catalán, reconocen su figura (la del hereu, o heredero, el mayor). El ejemplo de Delfín Garandal, de 41 años, se ajusta al modelo de primogénito que responde a las expectativas familiares. Licenciado en Filosofía y Letras, "con muy buenas notas, sobresalientes y notables", recuerda Valeria Abascal, su madre, Delfín se encarga de la explotación ganadera familiar en Saro (Cantabria). "Su padre y yo nos hacíamos mayores y, antes de que otro trabajara , prefirió hacerlo él". Delfín, soltero y residente en la casa familiar, tira de las 80 vacas de la familia y de las fincas, pero también de los padres, jubilados -otro rasgo inherente al primogénito, según la teoría-, y "está pendiente de sus dos hermanos pequeños. Es el mayor y el más responsable. El pequeño se va más por las ramas, y la mediana es más independiente", confirma su madre. "Delfín tiene solución para todo. Tanto nosotros como sus hermanos acudimos a él para ir al médico, para papeleos, etcétera". Como recuerda Victoria del Barrio, de la UNED, "el orden de nacimiento era aún más importante en las familias antiguas, tradicionales". El ejemplo de Delfín es prueba de ello.De todos modos, como subraya María José Díaz-Aguado, los rasgos asociados al orden de nacimiento son "una relación de probabilidad, no de causa-efecto. Es decir, que el hecho de ser primogénito o benjamín no determina necesariamente una característica, sino que incrementa la probabilidad de tenerla.
CRISTINA VAQUERO Y CRISTINA VALENCIANO
miércoles, 12 de diciembre de 2007
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